La frontera de lo irreal
Álbum
Las carretelas de la panadería La Fortuna
ya no pasan por mi barrio
Gisela ya no salta la araucaria del jardín
ni el Piduco, el estero de mi pueblo donde pescaba
el vecino, tiene tres brazos
Antes, cuando me tendía en los prados de la Alameda
cruzaba un auto cada diez minutos
y los plátanos orientales se llenaban de jilgueros
los carabineros rondaban a caballo por las calles oscuras
y nadie les tiraba piedras
en el almacén de don Lalo no vendían fósforos a los niños
el escaño aún congrega la ausencia de los que partieron:
nunca más pedaleó en su bicicleta la niña del vestido azul
los trenes de carga se hundieron en la niebla
y aunque tras lluvias y lluvias caídas sobre el muro
se volvió a leer Mejoral
por el vidrio roto entró un aroma desconocido
No importa; hoy creo recordar las manos de mi abuelo
poniéndole tirantes al primer volantín
hoy creo tener una tuna verdeagua acortando la tarde
creo ver al gallo cacareando parado en el techo de la cocina
mientras la Elbita entona una canción de Leo Dan…
Y parece que nada de esto ha transcurrido
que todo está por suceder
salvo que las fotografías me contemplan
Último vuelo
En la playa encuentro
el esqueleto seco de una gaviota
y lo cubro de arena
con la punta del pie…
Las nubes se hacen flores
y sólo el viento pasa
dándome el pésame
Funeral en Curepto
a Juan Rulfo
En este pueblo que surge de la niebla
cuando alguien muere se nota de muy lejos
porque si doblan las húmedas campanas
se duelen hasta las toscas de los cerros
La hora nos sorprende en los estribos
Todos vieron al finado a mediodía
endilgando hacia el puente o escarbando
en el huerto. En este pueblo perdido
entre los montes apena ver morir a un tero
algo se lleva de nosotros, unos terrones
donde echamos semillas recogidas del viento
esa tarde tan larga que, después de la brisa
se hundió con su leyenda en el brasero
Yo le tengo guardada una chalina y un
secreto. Pasan los pinos callados por el cielo
(No sé; me sobrecoge ver la muchedumbre
camino a la colina tras la urna, sin nada
que decir, tan resignados, creyendo que
así tenía que ser, estaba viejo) A veces
en Curepto morir es, un poco, querernos
Luego, antes que la fosa se amapole
y se esfumen los pasos sin los huesos
antes que los niños se disfracen de oruga
y mujeres de oscuro desmalecen el tiempo
antes, mucho antes que los muros aúllen
y la luna se duerma en los esteros secos
salen los muertos a la calle y brindan
por la lenta romería de los deudos
Motel Galega
“Poco reino es la cama para este buen amor”
Antonio Cisneros
Amo las mariposas que vuelan por tu frente
aquí nadie nos cobra
ni nos piden carné por mirar las estrellas
el viento que se aleja se lleva los recuerdos
amo tu piel distinta debajo de la luna
tu ay olor a sueño
tus ojos sin espejos
aquí yacemos solos
atados por un fuego que nos moja los huesos
(ah, cosas que de pronto parecían lejanas…
la manera, la pausa, el desenfado)
amo cuando te inundas
y cuando te disuelves
amo cuando me arañan las uñas del deseo
Aquí nadie tropieza
huyendo de su nombre
nos desnuda otra herida, otro canto, otra vida
que estaba entre las hojas
Florencio
A mi papá le pesaba el carbón de piedra
que traía al tranco sobre la escarcha
cuando éramos apenas dos ojos
intentando descubrir la superficie de la mesa
le dolían las manos de tanto apretar las orejas de la uva
la sarta de pejerreyes
o la bolsa de limones que lo tironeaban hacia el rastrojo
golpeaba la puerta con las rodillas
pasaba tardes enteras desmalezando los tomates
haciéndole tacitas a las matas de durazno
espantando a los pájaros
a veces, envuelto en una manta
jugaba interminables partidas de ajedrez
lavaba estampillas
o cantaba tonaditas de dos posturas, tres
en una guitarra más vieja que él
incluso, dormía siesta con los ojos abiertos
para no olvidar el rebaño de la abuela
que pastaba en el monte a la sombra de las pataguas
la tumba de Antonio en el cementerio de Nirivilo
la carreta cargada de mareas
las cuelgas de ajo
que iluminaban los corredores de la casa natal
el río, las promesas, el silencio…
Quizá por eso nunca aprendió a decir Adiós
La frontera de lo irreal
“Piedad para nosotros, los que exploramos
en la frontera de lo irreal”
G. Apollinaire
Por nosotros
los que vemos mariposas en las llagas de los bipolares
de los parias, de los leprosos
con una amapola en celo en cada úlcera; desahuciados
que se arriman con su tarrito a las vitrinas
donde nada podría consolarnos
los que bajo la escarcha hurgamos la leyenda perdida
el cuento con un final abierto, un haikú
para, quizá, por última vez sentirnos jóvenes,
llenos de bellos ideales
por nosotros
los que de cada aliento en la cuesta del camino
hacemos un refugio, una sombra, una cascada
aunque estemos inconscientes en el furgón de los rondines
aunque estemos bajo los efectos del valium 10
los que agobiados por la soledad
esperamos en la esquina la presencia de un ángel
que nos diga la hora porque aquí, en esta residencia
sin paredes ni puertas ni ventanas
todos los relojes están malos
por nosotros
los que siempre nos vamos cuando la fiesta empieza
y se agitan las niñas y la música sube su voltaje
y los dandys y los bacanes con sus neologismos
creen que ya olvidamos los secretos de familia
los que nadie reconoce en ninguna historia de amor
en ninguna estrella fugaz ni eclipse ni zodiaco
(mejor; así pasamos piolas por los barrios místicos)
por nosotros
los que perdimos el tiempo sentados en la cuneta
despulgando un oso de peluche
los que insomnes captamos la presencia de otra luz
en ese instante en que los murciélagos despiertan
y las balizas encandilan la inocencia del mallete
y del árbol de la sabiduría se esfuman las manzanas
por nosotros
sólo por nosotros
la dama pasea su perrito
los gorriones parecen tan humanos
el paisaje se oculta en las costumbres
y el jubilado con su pucho bajo un alcornoque
hace figuras, fantasmas, argollas en el aire
por donde mi hija, al fin, asoma sus ojitos…
Por nosotros
sólo por nosotros
el mundo acaso mañana sea hermoso
Testamento
Si ves a la mujer más hermosa de la tierra
y te pregunta por mí
y ya esté muerto
dile que me alejé a las montañas
y allá vivo en el canto de los pájaros
Si la mujer más hermosa de la tierra
te pregunta por un poeta
no dudes
dile que en cada pez sigo nadando en el río
Si la mujer insiste
dile que estoy durmiendo bajo un boldo
tendido sobre la hierba
y que en cada piedra se refleja mi alma
Si la mujer no calla
y aún te pregunta por un simple hombre
con mucha paciencia dile que, seguramente
está esperando el tren
tomando vino
Si aquella mujer, entonces
se retira en silencio
ha llegado la hora de mencionar su nombre:
Poesía
Bernardo González Koppmann. Poeta, nace en Talca en 1957. Su obra se reúne en “Cantos del bastón” (Helena Ediciones, 2022), libro que abarca cuarenta años de trabajo literario, donde se recopilan sus diecisiete (17) poemarios editados desde 1981 a 2021.
Su poesía se podría describir como una voz templada que fusiona elementos y giros idiomáticos tradicionales y modernos, donde asume la antropología del ser maulino -habitante del centro sur de Chile- con una propuesta abordada desde su conocimiento tanto contemplativo como empírico, fundamentalmente de índole social, erótico, místico y telúrico, en el contexto de la globalización posmoderna actual que ha venido desperfilando los humanismos regionales en todo el mundo.
Es Profesor de Estado en Historia y Geografía y ha ejercido a lo largo de su vida preferentemente en establecimientos de educación pública de la ciudad de Talca.
Próximamente publicará “Maleza”, poemas inéditos. Además, tiene escritas más de mil páginas de ensayos, reseñas, prólogos y entrevistas a distintos escritores, en su mayoría chilenos.
Miembro de la Sociedad de Escritores de Chile.
Premio Stella Corvalán 2004.