Tiempo real
UN INVENTO
Revisa bien esos ajustes
Esos materiales.
Testea la resistencia, el diseño
No sea cosa que resulte diferente
De lo que esperamos. Impredecible.
No sea cosa que estalle
en mil partes de sí mismo
Y tengamos que reconstruir todo el desastre
con las mismas antiguas piezas.
TIEMPO REAL
Sí, es buena idea.
Podemos caminar un poco más.
Al azar o mejor
hasta llegar a esos álamos
por la costanera.
¿Notaste que siempre,
siempre hay un río a mano
y un lugar dónde sentarse
en las ciudades a las que volvemos?
Sí, es verdad, también está el mar.
Pero el mar es otra cosa. Es el espacio.
Algo que nos permite respirar.
Y ya que hablamos de ríos
pienso que…
no se trata de valorar el tiempo
como si fuera oro o belleza.
Como si fuera líquido
y se escurriera entre los dedos,
como se suele decir.
Este tiempo nuestro es cierto
y cae despacio, ves, como de una gotera.
Paso a paso, como ahora.
Es cosa de ver lo lejos que están todavía
aquellos árboles. Por eso.
Hablemos de nosotros.
pongámonos cómodos, de acuerdo, bien.
Sé que hay tanto trabajo pendiente:
Limpiar la casa, comprar vino y comida.
Ordenar los cuadernos, conectarnos.
Seguir buscando y encontrando
-si es que hay y si tenemos suerte-.
Ordenar los archivos, también.
Aprovechar para pagar la luz.
Y sacar los libros de las cajas,
(que, si hacemos memoria,
llevan ahí como diez años).
Nadie lo hará por nosotros, ya lo sé.
Pero nos apuremos o no, todo
seguirá igual cuando lleguemos.
Todo calzará perfectamente
con el correr de la anticipación.
AMÉRICA
And how shall the soul of a man
Be larger than the life he has lived?
Edgar Lee Masters
(Debo aclarar que esto es ficción. Ficción,
como todo lo que tenemos en la memoria
por más que lo llamemos recuerdo.)
La madre de mi abuelo trabajaba para un conde
y dicen que imitaba sus modales.
En tanto, mi abuela era hija de comerciantes,
de los que se dejan impresionar.
Una historia clásica.
No es difícil adivinar lo que viene después:
un montón de pequeñas tragedias
coronadas por un final feliz
que no pudo mover la historia
¿Para qué continuar?
Dicen, además, que el tiempo real está lleno
de cuentos sencillos, repetidos,
pero toda civilización
también empieza humildemente.
Cada nuevo mundo está listo
para partir de cero:
padre, hijo, nieto,
y antes de contar hasta tres
ya imaginaban un escudo de armas.
Así funciona en América
unas cuantas generaciones sin hambre
y ya podemos llamarnos aristócratas
Yo digo que hay que irse con cuidado
porque todos aquellos
que están muertos hace un siglo,
tuvieron sus mejores días.
No levantes la vista ahora
porque este no es un poema épico
aunque parezca.
Es un poema pequeño
(como las mencionadas tragedias).
Y desnudo, recto. Apenas una señal
antes de que sea demasiado tarde.
Porque un invento es una cosa extraña
bajo este sol y sirve para darse ánimo.
Siempre hay que empezar por algo.
LA FUNDICIÓN
Era lo que quedaba de una antigua industria
que se recortaba bien negra
contra un cielo negro de menor intensidad.
Estábamos en México: había que ver
a la muerte de cerca, metérsela en la boca.
Dulces calaveritas y te lo digo todo.
Salvo por eso, podría haber sido
cualquier sitio después de los 90.
Ahí estábamos nosotros, uno por uno,
descorazonados, un poco cínicos,
especialistas en toda clase de vestigios.
Parecía terrible, pero no era del todo real.
El eterno desaliento de los trabajadores
ennegrecía los muros y la silicosis
hacía rato que había consumido los pulmones.
La historia sorda y engrasada, la enfermedad
se acodaba entre nosotros y bebía.
Extrañamente, eso nos ponía más felices:
comadres y compadres, densos y desencarnados,
de a ratos melancólicos, de a ratos
lanzando risotadas de borracho.
Sí, la vieja esperanza de fondo para todos:
fantasmas de carne, fantasmas a secas.
Cada quien de su lado, en el mismo lugar.
Porque el paisaje había cambiado, pero el paraíso
era la misma idea recurrente.
Andábamos casi en el aire, inestables
por unas escaleras de fierro, unos andamios.
Mirábamos la fiesta desde arriba,
algo cultural, lo de costumbre: muchas caras
y música y alcohol y algunas drogas.
Solo se trataba de pisar con cuidado
sobre los peligros de siempre.
Pero nos seguían unas mujeres, unos niños,
unos hombres demacrados.
No éramos tan diferentes de ellos,
excepto por lo inestables.
–Aquí tienes algo para equilibrarte, güera
–me ofreció uno– por si das un paso en falso.
Acepté, nadie quiere ser un chingado aguafiestas:
–¿Crees que de verdad pueda equilibrarme
entre los vivos y los muertos,
entre lo que fueron y lo que somos ahora?
–No, claro que no –dijo–. Está mal formulada la pregunta.
Ah, mis amigos de corazón implacable,
y todo ese rollo de la eternidad perdida.
GRAN MAESTRO
Entre los 6 y los 8 años
mi padre me enseñó el ajedrez.
Jugué a diario hasta los 14. Entonces,
dio por terminada la lección.
Había perdido interés en mí
y yo en el ajedrez.
Me abandonó, lo abandoné.
Hasta ahí, solo el contexto.
Lo bueno viene ahora:
esta es la historia de una duda.
Un día hice una buena jugada.
Era en verdad buena y sonreí con satisfacción
(recuerden que tenía pocos años).
-Hija, -levantó una ceja y preguntó-
¿qué es más importante para ganar,
la inteligencia propia o la estupidez ajena?
Creo que me habló de Sócrates,
de Hegel y la fenomenología, de ahí
llegamos sin escalas al viejo Marx,
que por aquellos años le quitaba el sueño.
En 3 jugadas me dio jaque mate.
Había logrado distraerme.
Nunca pude ganarle una partida.
Pero es porque tuvimos poco tiempo.
Solo hice tablas una vez,
el día que mi madre le pidió el divorcio
Había logrado distraerlo.
Ah, las breves enseñanzas de mi padre.
Todavía no sé qué contestar a esa pregunta
Por eso sigue resonando en mi cabeza,
por eso la guardo hasta hoy debajo de la almohada.
¿Qué es más importante…
Qué es más importante para ganar?
Esa duda me ha salvado muchas veces.
Pero me hace temblar la mano
cada vez que voy a mover una pieza.
No sea que en pocas jugadas, finalmente
la estupidez se me dé por añadidura.
LA SENCILLA ENFERMEDAD
Las patas lastimadas de nuestro perro
contra la piedra. La sencilla enfermedad.
¿Acaso no la viste venir,
acaso no la escuchaste nombrar mil veces?
Hoy, el agua en el techo encontró
la única forma razonable de entrar a la casa.
Con el mandato de ese Dios nuestro
que nos prefiere muertos por la eternidad
y vivos por un rato.
Así es: agua sucia de los techos.
Agua maldita que recorrió tantos años para llegar
a mojarnos un poco la cama
los muebles, los zapatos,
las pobres patas lastimadas del perro.
y toda una generación de pasmados
mirándonos las caras a la distancia
como harían unos extraños que se cruzan a mitad del río.
-Adiós…
-Adiós…
Lo dicho: mucho menos tiempo vivos que muertos.
Moribundos siempre.
Inundados, sin aire, sin tierra que pisar.
Alzando las velas:
ahí ondea la esperanza, ahí se agitan los deseos y ahí
llegan esas nubes negras
a punto de rasgarse
sobre un pobre sueño sin cabeza.
No trates de esconderte:
la muerte es un asunto natural:
simple, inevitable, práctico.
Tanta poesía y todo lo demás
corren por nuestra cuenta.
EL FUTURO ES UN VIEJO CADÁVER
I
Siempre al frente, todo lo que te puedas imaginar:
un mar mínimo, tus propios ojos,
un mar enorme, estas últimas hojas en blanco.
El bosque líquido en la superficie y las profundidades
con su perfecta industria montada allá adelante.
No te hundas. Respiremos.
No conviene esperar tanto,
puede que se haga tarde.
Demasiado futuro y al segundo intento
olvidamos nuestra verdadera cara,
nuestro verdadero cuerpo
aquello que deseamos y conseguimos
acá mismo, atrás, hace ya décadas.
Respiremos de nuevo.
II
Por mi parte, voy constante pero un poco perdida.
Ya sé que tomo riesgos inútiles:
ridículos, heroicos, vulgares.
Ninguno perfecto porque sigo aquí,
cuando debí haber muerto hace siglos
junto a mis antepasados.
Pero todavía me gusta hablar de ética, de los griegos,
del beat, de cocinar como mi abuela y de las hierbas frescas.
Lo cierto es que soy siempre la que anda en las cornisas,
¿me alcanzas a ver, a escuchar?
¿te alcanzo a ver, a escuchar?
Me digo, adelante, hacia adelante,
y me aplico a la sola idea de que la intensidad
termina por alumbrar bien el camino.
Pero ya han pasado tantos años
desde aquel tiempo que llamábamos “futuro”.
Por entonces creíamos, y lo habríamos jurado,
que el mundo aún tenía arreglo.
III
Ahora, deseo la vida de un árbol o una fruta,
Crecer y envejecer, así, como una verdura.
O una cosa con menos voluntad de marcha.
Y no es que quiera morir, no.
Respiremos.
Solo quiero dejarme estar, al menos por un tiempo.
Que me lleve el espacio en su barriga y que vaya adónde quiera.
Estoy cansada de ser yo misma todo el tiempo.
De funcionar como una máquina.
¿Les pasa?
Ya lo sé, no es Saturno. Es el mismo cielo trastornado.
No hay adelante, ni atrás:
estamos rodeados por un fuego sin metáforas.
Un gran fuego indiferente que también tiene sus planes.
El atardecer es de color barro claro y el sol
tiene ese rosado moribundo.
No es tan fácil apenas respirar, pero no te hundas ahora.
Los que llegamos hasta aquí estamos
cansados, pero reuniendo fuerzas.
No hace mucho, encontramos un par de razones modestas:
1) Futuro es el próximo segundo.
2) La verdad no es una suma de datos.
Respiremos.
Eleonora Finkelstein es poeta y editora. Nació en Mar del Plata, Argentina, en 1960. Estudió Literatura y Teatro. Trabajó como actriz y profesora de teatro durante 10 años. Es autora de los libros Hamlet y otros poemas / Hamlet and other poems (Edición bilingüe, Fairfield University, USA, 1997); Las naves (Las dos Fridas, Chile, 2000); Delitos menores (Melusina, Argentina, 2004 y 2016); Todo se transforma (Valparaíso México, 2017); Grandes inventos (Buenos Aires Poetry, Argentina, 2018); Partes del juego (Editorial Lilliputienses, España, 2018); Ne l’oublie pas: je mens (Edición bilingüe, Al Manar, Francia, 2019) y Tutto si trasforma (Edición bilingüe, Fili d’Aquilone, Italia, 2020). Es autora, además, de numerosos artículos y traducciones. Desde 1991 reside en Santiago de Chile, donde se desempeña como editora y directora de publicaciones de RIL editores. Es co-fundadora y directora de Ærea. Revista Hispanoamericana de Poesía, y de sus colecciones de poesía y traducción.