La última islandesa y otros textos
LA ÚLTIMA ISLANDESA
Soy la última de las mujeres islandesas
que jamás vivió en Islandia
ni supo pronunciar Reykjavik
ni mandó siquiera una carta a ningún amigo islandés
y de hecho no llegó a poner un pie más allá del paralelo 60.
Pero soy la última de esas mujeres que barren el viento con la cabeza y van llenas de escarcha a cualquier parte, insoportablemente lívidas, y dicen lo que tienen que decir y hacen lo que tienen que hacer en el fondo del único abismo rocoso de su barrio. Y ven la fuga de las cosas con devoción. Y casi se mueren de frío alrededor de sus hijos. Y añoran la planicie despavorida más que ninguna promesa.
Soy la última de las mujeres islandesas que jamás aceptó (pero entendió) la ley de un clima incompatible con el aburrimiento entre el Atlántico Norte y el océano Glacial Ártico, la combinación más generosa de las corrientes abruptas, la geografía abrupta y la irrupción permanente.
Soy la última de las mujeres islandesas sin código genético que tampoco experimentó la soledad en medio de la nada y aún así arriesgó todo en ese punto ciego y blanco de los confines. Soy la última de las mujeres heladas que desde lo profundo de los trópicos siempre supo que daba pasos en falso. Porque hay paisajes que no son lo que uno es.
Yo fui una mujer islandesa sin saberlo.
Ahora soy una mujer islandesa sin hogar.
Es decir, una piedra, la última ficción del hielo.
SED DE MAL
Con seguridad existen los perros. Mira ese hocico que la oscuridad no te deja ver, esos ojos de vidrio delante de los tuyos para que no veas nada. Mira ese ladrido que siempre te acompaña, esa sed que baja en los colmillos de tu pan de cada día. Mira esa pequeña figura en la otra orilla, no la ves pero la sientes como una mordida negra y apaleada.
Con seguridad los perros van por ti. Míralos mirar la ausencia de tu odio: su alimento. Mira ese horizonte hundido –crees que te acercas a algún sitio– sólo son sus lomos indicándote el camino, el regreso, el tamaño de tu dicha. Los perros cargan con tus huesos y te devuelven ceniza, la rabia de su rabia envenenada. Los perros se lamen en tu sombra y no los ves.
Con seguridad los perros son los mismos. Reproducen tu silencio a dentellas, salen de sí mismos con tu ayuda ciega, se quedan ciegos de verte tan oscuro. A eso han venido, míralos. Ladran. Ganan millones en la farsa de sus patas traseras. Huelen tu cadáver, te llevan el periódico, te sepultan en tu casa. En algún lugar los alimenta tu muerte.
Mira esa sed de los perros que te rondan. Ya no ves nada, no te importa la jauría. Su lengua te lastima y los perdonas. Celebran con tu carne y los perdonas. Su muerte ya no es nada comparada con la tuya.
HEROÍNA BLUES
Dan terror las señoras perdidas en la playa, las niñas con mucho pelo, los cubos vacíos.
Dan terror los compañeros de universidad, los cantantes malos y los hombres que, para llegar a viejos, envejecen.
Da terror saber que un libro es bueno sin haberlo leído, sentirse agradecido cuando alguien te mira equivocadamente, que la gente te salude en un país extraño.
Dan terror el uso del plural y las uñas recién cortadas.
Da terror estar siempre de espaldas o estar en un cuarto de hotel con toda la vida por delante.
Da terror todo lo que vive con ganas de quedarse, dormir más de 24 horas, que nadie se dé cuenta que los negros no tocan heavy metal.
Da terror no enamorarse de los amigos, no comer aguacate y no sentirse partido por el mar.
Dan terror las cosas que no duelen: como llegar a un lugar sin saber cómo. Incluso sabiéndolo.
(inéditos)
SOY
Soy la gran Virginia Grütter, ¿la recuerdas?
La que escupe tabaco en las esquinas
Y está ronca de pegar gritos
Y camina como una estela pintarrajeada y tambaleante
Soy Marguerite Duras con su joven amante
Y su vida refinada y alcohólica
Soy Simone de Beauvoir con todo y su Jean Paul Sartre
Y su intelecto y su feminismo y su academia
Soy la imbécil «femme» que desde este pueblo polvoriento
Habla del erotismo francés
Frente a un auditorio de subnormales
Soy la puta más puta que arrastran de los pelos
Asquerosa y desnuda
Soy la pobre infeliz
Que no tiene un centímetro de cerebro
Hipocondríaca
Que camina como idiota esperando que el padre de sus hijos
O el cura
Le dé una limosna.
Soy yo
La del cuerpo grabado en la piedra
La que consume sus ojos en la arena
La que ya no puede hablar de amor tan fácilmente.
(de La mano suicida, 2000)
María Montero. Poeta y periodista costarricense nacida en Francia (1970). Ha publicado El juego conquistado (1985), La mano suicida (2000) e In Dubia Tempora (2004/foto-documental-poesía), este último junto a José Díaz y Jhafis Quintero. Realizó talleres de escritura teatral y cinematográfica con los argentinos Guillermo Gentile, Roberto Cossa y Jorge Goldenberg, así como con el maestro español José Sanchis Sinisterra. Estudió Filosofía y trabajó durante 12 años en el periódico La Nación. También escribió regularmente para la revista Soho-Costa Rica. Ha participado en festivales de poesía en Medellín, Quito, Buenos Aires, Madrid, Perú y El Salvador. En 2012 inauguró, junto a José Díaz, el proyecto Vanguardia Popular, en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo. Todas las semanas alimenta la sección Registro Público, en el sitio de noticias en línea ameliarueda.com.