Cerrado por duelo
EN LA CASA DE ZULEMA HUAIQUIPÁN
Junto al río de estos cielos
verdinegro hacia la costa,
levantamos la casa de Zulema Huaiquipán.
Hace ya tantas muertes los cimientos,
hace ya tantos hijos para el polvo
colorado del camino.
Frente al llano y el lomaje del oeste,
levantamos la mirada de mañío
de Zulema Huaiquipán.
Embrujados en sus ojos ya sin luz
construimos las paredes de su sueño.
Cada tabla de pellín huele a la niebla
que levantan los campos de la noche.
Cada umbral que mira al río y los lancheros
guarda el vuelo de peces y de pájaros.
Bajo el ojo de agua en el declive
donde duermen animales de otro mundo
terminamos las ventanas.
Y en la arena hemos hincado nuestras sombras
como estacas que sostienen la techumbre
de la casa de Zulema Huaiquipán.
CERRADO POR DUELO
Esos huesos que asoman son sílabas de tiempo,
signos huecos y blancos de un lenguaje roído,
cráneos significados por la tierra y la noche,
ambarinas dentaduras sin eternidad ni risa.
Esos huesos que asoman son el polvo del polvo,
una sucia escritura dispersándose al viento,
fósiles negativos velados con silencios,
cuencas arrancadas de cuajo a sus espectros.
Esos huesos que asoman son prótesis de la nada,
falanges que enternecen la página del miedo,
húmeros con esporas nutridas por el calcio
cóncavo de la vida adherida a los muertos.
Esos huesos que asoman cierran tarde sus deudos,
y ofrecen un dolor plano cocido a entierro lento,
florecidos de musgo los sacros calvos yertos
envilecen los ojos que los miran desiertos.
Esos huesos que asoman son la carne del cielo,
la cáscara de un crimen sin prontuario ni duelo,
resurrectos opacos, indicios esqueletos
nombrados contra el polvo y en el polvo desechos.
LLEGAR A LA CANTINA DE LA MUERTE…
Llegar a la cantina de la muerte
y ver de nuevo alzar el codo
a los dipsómanos del barrio
hablando en lenguas
como apóstoles de tierras que no giran
ni germinan.
Al vino que derraman va un país
de mar violento,
al vaso van los hijos que buscan
a sus padres en la noche.
Volver a la cantina de la muerte
con hombres que no lloran, pero gimen,
que aman a sus perros,
que sueñan con un río,
con biblias y navajas españolas
bajo la oculta Cruz del Sur.
Bolsillos llenos de agua,
recuerdos plagados de ratones,
mujeres que huelen a rústico jabón.
Seguir en la cantina de la muerte
la luz de las botellas en la sangre,
el canto del patrón entre las vacas,
la música que llega a los oídos
a rastras desde estrellas extranjeras.
Que sople un viento blanco entre las copas
y traiga matarifes y boteros,
y al sastre ya cirrótico sin pulso
buscando una aguja en el pajar.
Volver a la cantina de la muerte,
pisar el aserrín de bosques fríos,
beber de la memoria fermentada
sembrada por el sol sobre las tumbas
en los extremos de la Gran Ciudad.
(Inédito)
Jaime Huenún (Valdivia, Chile, 1967). Estudió Pedagogía en Castellano en el Instituto Profesional de Osorno y en la Universidad de la Frontera en Temuco. Entre sus libros destacan: Ceremonias (1999), Puerto Trakl (2001), Reducciones (2013) y La calle Mandelstam y otros territorios apócrifos (2016). Fragmentos de su poesía se han publicado en revistas y antologías nacionales y extranjeras. El 2003 obtuvo el premio Pablo Neruda de poesía otorgado por la Fundación homónima. A fines del mismo año, compila y antologa el libro Epu Mari Ulkantufe ta FAchantü/ 20 poetas mapuche contemporáneos (Lom ediciones). El año 2005 obtiene la prestigiosa Beca Guggenheim otorgada por la Fundación Simon Guggenheim de Nueva York. Parte de sus textos poéticos han sido traducidos al inglés, italiano, catalán, portugués y croata, y han sido publicados en antologías de poesía chilena y latinoamericana.