Bernardo González Koppmann

La frontera de lo irreal

La frontera de lo irreal

 

 

 

 

Álbum

 

Las carretelas de la panadería La Fortuna

ya no pasan por mi barrio

Gisela ya no salta la araucaria del jardín

ni el Piduco, el estero de mi pueblo donde pescaba

el vecino, tiene tres brazos

Antes, cuando me tendía en los prados de la Alameda

cruzaba un auto cada diez minutos

y los plátanos orientales se llenaban de jilgueros

los carabineros rondaban a caballo por las calles oscuras

y nadie les tiraba piedras

en el almacén de don Lalo no vendían fósforos a los niños

el escaño aún congrega la ausencia de los que partieron:

nunca más pedaleó en su bicicleta la niña del vestido azul

los trenes de carga se hundieron en la niebla

y aunque tras lluvias y lluvias caídas sobre el muro

se volvió a leer Mejoral

por el vidrio roto entró un aroma desconocido

No importa; hoy creo recordar las manos de mi abuelo

poniéndole tirantes al primer volantín

hoy creo tener una tuna verdeagua acortando la tarde

creo ver al gallo cacareando parado en el techo de la cocina

mientras la Elbita entona una canción de Leo Dan…

Y parece que nada de esto ha transcurrido

que todo está por suceder

salvo que las fotografías me contemplan

 

 

 

 

Último vuelo

 

En la playa encuentro

el esqueleto seco de una gaviota

y lo cubro de arena

con la punta del pie…

Las nubes se hacen flores

y sólo el viento pasa

dándome el pésame

 

 

 

 

Funeral en Curepto

 

a Juan Rulfo

 

En este pueblo que surge de la niebla

cuando alguien muere se nota de muy lejos

porque si doblan las húmedas campanas

se duelen hasta las toscas de los cerros

La hora nos sorprende en los estribos

Todos vieron al finado a mediodía

endilgando hacia el puente o escarbando

en el huerto. En este pueblo perdido

entre los montes apena ver morir a un tero

algo se lleva de nosotros, unos terrones

donde echamos semillas recogidas del viento

esa tarde tan larga que, después de la brisa

se hundió con su leyenda en el brasero

Yo le tengo guardada una chalina y un

secreto. Pasan los pinos callados por el cielo

(No sé; me sobrecoge ver la muchedumbre

camino a la colina tras la urna, sin nada

que decir, tan resignados, creyendo que

así tenía que ser, estaba viejo) A veces

en Curepto morir es, un poco, querernos

Luego, antes que la fosa se amapole

y se esfumen los pasos sin los huesos

antes que los niños se disfracen de oruga

y mujeres de oscuro desmalecen el tiempo

antes, mucho antes que los muros aúllen

y la luna se duerma en los esteros secos

salen los muertos a la calle y brindan

por la lenta romería de los deudos

 

 

 

 

Motel Galega

 

“Poco reino es la cama para este buen amor”
Antonio Cisneros

 

Amo las mariposas que vuelan por tu frente

aquí nadie nos cobra

ni nos piden carné por mirar las estrellas

el viento que se aleja se lleva los recuerdos

amo tu piel distinta debajo de la luna

tu ay olor a sueño

tus ojos sin espejos

aquí yacemos solos

atados por un fuego que nos moja los huesos

(ah, cosas que de pronto parecían lejanas…

la manera, la pausa, el desenfado)

amo cuando te inundas

y cuando te disuelves

amo cuando me arañan las uñas del deseo

Aquí nadie tropieza

huyendo de su nombre

nos desnuda otra herida, otro canto, otra vida

que estaba entre las hojas

 

 

 

 

Florencio

 

A mi papá le pesaba el carbón de piedra

que traía al tranco sobre la escarcha

cuando éramos apenas dos ojos

intentando descubrir la superficie de la mesa

le dolían las manos de tanto apretar las orejas de la uva

la sarta de pejerreyes

o la bolsa de limones que lo tironeaban hacia el rastrojo

golpeaba la puerta con las rodillas

pasaba tardes enteras desmalezando los tomates

haciéndole tacitas a las matas de durazno

espantando a los pájaros

a veces, envuelto en una manta

jugaba interminables partidas de ajedrez

lavaba estampillas

o cantaba tonaditas de dos posturas, tres

en una guitarra más vieja que él

incluso, dormía siesta con los ojos abiertos

para no olvidar el rebaño de la abuela

que pastaba en el monte a la sombra de las pataguas

la tumba de Antonio en el cementerio de Nirivilo

la carreta cargada de mareas

las cuelgas de ajo

que iluminaban los corredores de la casa natal

el río, las promesas, el silencio…

Quizá por eso nunca aprendió a decir Adiós

 

 

 

 

La frontera de lo irreal   

“Piedad para nosotros, los que exploramos
en la frontera de lo irreal”
G. Apollinaire

 

Por nosotros

los que vemos mariposas en las llagas de los bipolares

de los parias, de los leprosos

con una amapola en celo en cada úlcera; desahuciados

que se arriman con su tarrito a las vitrinas

donde nada podría consolarnos

los que bajo la escarcha hurgamos la leyenda perdida

el cuento con un final abierto, un haikú

para, quizá, por última vez sentirnos jóvenes,

llenos de bellos ideales

por nosotros

los que de cada aliento en la cuesta del camino

hacemos un refugio, una sombra, una cascada

aunque estemos inconscientes en el furgón de los rondines

aunque estemos bajo los efectos del valium 10

los que agobiados por la soledad

esperamos en la esquina la presencia de un ángel

que nos diga la hora porque aquí, en esta residencia

sin paredes ni puertas ni ventanas

todos los relojes están malos

por nosotros

los que siempre nos vamos cuando la fiesta empieza

y se agitan las niñas y la música sube su voltaje

y los dandys y los bacanes con sus neologismos

creen que ya olvidamos los secretos de familia

los que nadie reconoce en ninguna historia de amor

en ninguna estrella fugaz ni eclipse ni zodiaco

(mejor; así pasamos piolas por los barrios místicos)

por nosotros

los que perdimos el tiempo sentados en la cuneta

despulgando un oso de peluche

los que insomnes captamos la presencia de otra luz

en ese instante en que los murciélagos despiertan

y las balizas encandilan la inocencia del mallete

y del árbol de la sabiduría se esfuman las manzanas

por nosotros

sólo por nosotros

la dama pasea su perrito

los gorriones parecen tan humanos

el paisaje se oculta en las costumbres

y el jubilado con su pucho bajo un alcornoque

hace figuras, fantasmas, argollas en el aire

por donde mi hija, al fin, asoma sus ojitos…

Por nosotros

sólo por nosotros

el mundo acaso mañana sea hermoso

 

 

 

 

Testamento

 

Si ves a la mujer más hermosa de la tierra

y te pregunta por mí

y ya esté muerto

dile que me alejé a las montañas

y allá vivo en el canto de los pájaros

Si la mujer más hermosa de la tierra

te pregunta por un poeta

no dudes

dile que en cada pez sigo nadando en el río

Si la mujer insiste

dile que estoy durmiendo bajo un boldo

tendido sobre la hierba

y que en cada piedra se refleja mi alma

Si la mujer no calla

y aún te pregunta por un simple hombre

con mucha paciencia dile que, seguramente

está esperando el tren

tomando vino

Si aquella mujer, entonces

se retira en silencio

ha llegado la hora de mencionar su nombre:

Poesía

 

 

 

 

Bernardo González Koppmann. Poeta, nace en Talca en 1957. Su obra se reúne en “Cantos del bastón” (Helena Ediciones, 2022), libro que abarca cuarenta años de trabajo literario, donde se recopilan sus diecisiete (17) poemarios editados desde 1981 a 2021.

Su poesía se podría describir como una voz templada que fusiona elementos y giros idiomáticos tradicionales y modernos, donde asume la antropología del ser maulino -habitante del centro sur de Chile- con una propuesta abordada desde su conocimiento tanto contemplativo como empírico, fundamentalmente de índole social, erótico, místico y telúrico, en el contexto de la globalización posmoderna actual que ha venido desperfilando los humanismos regionales en todo el mundo.

Es Profesor de Estado en Historia y Geografía y ha ejercido a lo largo de su vida preferentemente en establecimientos de educación pública de la ciudad de Talca.

Próximamente publicará “Maleza”, poemas inéditos. Además, tiene escritas más de mil páginas de ensayos, reseñas, prólogos y entrevistas a distintos escritores, en su mayoría chilenos.

Miembro de la Sociedad de Escritores de Chile.

Premio Stella Corvalán 2004.

 

Written by Mario Meléndez

Hugo de Mendoza