En vez de la página
Silencio en la mesa
Mientras masticamos la carne del abandono
alguien ha corrido una silla
para sentarse y beber con nosotros.
Vivimos en sonidos que no podemos decir,
improvisamos un concierto que jamás vendrá:
el piano suena muy alto y mis voces callan.
Morir es mejor que oír,
los músicos son niños con hambre.
El poeta de la bailarina anónima
Una bailarina ronda tus páginas,
mis pies ni siquiera aparecen.
Ella se ha ido,
pero se detiene en tu retina.
Podría ponerme zapatillas,
danzar,
y sólo la verías a ella.
Seguirás disfrutando banquetes en soledad
que quemarán los paladares,
ella será alimentada por tu memoria
mientras muero de hambre.
Viaje
Hemos sometido nuestros cuerpos
a los rigores del instante
y este mundo se ha agotado
para nosotros.
El frío nos ha llevado al hastío,
el verano amenaza con devorarnos.
Sería mejor cambiar todo el equipaje
pero la memoria es caprichosa,
en las aduanas hemos perdido
algo irremediable.
Alimento
Revisamos nuestros buzones
esperando siempre la última carta,
vivimos para recibir.
Somos como pájaros que guardan las alas
mientras sus corazones laten
en pechos calientes.
—Yo cargo tus palabras en la cartera
como una limosna extra—.
No podemos dormir,
soñamos con anillos en cada dedo,
que mides mi torso con tus manos
y descubres la piel
antes de que se marchen los invitados.
Promesa
La señora, vestida de negro, exhibe su viudez
mientras nosotros compartimos el postre.
Nos habla de esa llama
que se enciende y apaga,
nos mira a los ojos,
dice que se la jugó toda y no perdió,
la muerte nos hace vulnerables a la verdad.
Desordena su pasado
y se alegra de tu mano sobre la mía.
Quizás adivina que hace rato sueño con llegar a casa
y que lentamente dejas caer mi falda,
la misma de esa vez,
cuando cenamos con tus amigos
y aún no éramos nada.
Cristal
La imagen se repite
como una pesadilla infantil.
El cuerpo de la juventud
reflejado en habitaciones
donde los espejos cubren las paredes
y el miedo se confunde con la inocencia.
Aprendimos el juego del deseo
hasta la vergüenza,
hasta quedarnos sin cuerpo
ni espejo.
Vaivén
De tanto vestirnos
y desnudarnos
estamos envejeciendo
Nuestras imágenes en múltiples espejos
se van quebrando lentamente.
¿Qué traje elegimos hoy
el de la vida o el de la muerte?
Dioses Pequeños
Dormimos como hermanos,
reptiles a punto de despertar,
en una cama que no es de nadie.
Estamos enfermos,
amar es un vicio
que nos ha dejado ciegos.
Todo lo sentimos ajeno,
solo tenemos el miedo
y esta maleta que empacamos
y desempacamos al ritmo del deseo.
Hora
El día te fue dado
para interpretar
cada signo,
los anuncios del clima
y los de tu cuerpo:
para elegir cómo cubrirlo
y qué alimento darle,
cuándo embriagarlo;
a dónde lo conducirá
cada paso tuyo
y a dónde lo llevará la vida
para refugiarlo
(sin conocer
en qué instante se esfumará
o qué enfermedad lo acosará);
para saber
cuándo pones perfume
en tus manos,
en qué momento
saldar tus deudas
o darte en el amor.
La noche te fue dada,
engaño sublime,
para hacerte creer
que duermes y descansas.
En vez de la página
Yo,
acostumbrada a hurgar en las bibliotecas,
lastimada por el olor a moho,
alérgica al polvo,
prefiero hundirme en tus piernas cálidas,
ávida de beber esa humedad que calma la sed
sólo por un instante.
Yo,
decidida a abandonarme,
acepto tus arbustos,
en vez de la página fría y estéril
que al fin y al cabo viene de ti.
Catalina González Restrepo (Colombia, 1976) es Licenciada en Español y Literatura de la Universidad de Antioquia. Actualmente reside en Bogotá, donde se desempeña como editora. Ha publicado Afán de fuga (Editorial Universidad de Antioquia, 2002), Seis cancioncillas (de agua salada) y otros poemas (Colección Viernes de Poesía, Universidad Nacional de Colombia, 2005) y Deseos para los caminantes (con Juan Felipe Robledo, Golpe de Dados, marzo-abril de 2007). Sus poemas han aparecido en revistas y antologías nacionales y extranjeras y han sido traducidos al francés y portugués.