Voces de la tarde
Lejos de Ítaca
Como Odiseo,
tocando cielos y vagando lejos de Ítaca,
he revuelto el mar buscando
Circes y Polifemos benignos,
bebiendo en úlceras de alabastro
el precioso licor de las distancias.
La vida es una cosa
que pasa en otra parte.
Se mide en el viento
que llega con hojas y colores,
cuya belleza trae la noticia
de que aquello que vemos
es el preámbulo de una ola
que busca el amor de la tierra.
Pero, ¿qué son tiempo y distancia?
No hay para ellos definición posible.
Solo son, quizás,
un espacio llamado aire,
delgado manto de gases
que acaricia el pecho de las aguas.
Las ardientes manos del tiempo y la distancia
me ofrendan frutos
que al mítico navegante alguna vez negaron:
una lumbre y una ventana
para ver lo que está más allá de la noche.
Parábola del agua
Te irás como yo me fui
a una costa tranquila y lejana.
Te irás hacia la esquina
que esconde las manos del sol
bajo muelles luminosos
que acercan las distancias
entre horizontes.
No volverás,
como yo no volví.
Te convertirás en ave
en el mismo nido
en que yo me convertí
en polvo.
El viento te ofrendará sus voces.
Entre sus murmullos
me escucharás hablar de los días
como quien habla
de lo que ya no tiene.
Seremos el ruido del agua
que se va y que no vuelve,
de la ola que llega
y parece ser
la misma que se fue.
Todo es diverso de sí mismo,
como la música, como la arena.
Recuerdo ahora
aquella ola que vimos un día
llegar y partir
sin siquiera alcanzar
el fruto de su nombre.
El mundo se va despacio
sin su arena.
Se va yendo bajo sus aguas
sin despedida alguna.
Dice que volverá un día
de su largo viaje aguas abajo.
Pero sabemos que aquello
que se va con el agua
olvida su camino
de regreso a la tierra.
Voces de la tarde
Un cielo de arena cruza
la tierra que palpita bajo nuestros párpados.
Las ventanas desaparecen
tras la luz que llega,
y entra el tiempo a nuestro hogar
que perdura en las sombras.
Por una arteria luminosa
regresa el remolino que cubría
el débil pecho de mi infancia.
Regresa para derramar sus gruesas sales,
para plantar árboles en el agua abandonada.
Se descubre el ser
que en el crepúsculo retorna a su árbol
para ocultarse tras él.
Allí cierne el polen de sus helechos
y calla en su noche cuando la lluvia
se guarda y se entibia en sus ojos.
La voz de esta tarde,
pensé,
es una piedra liviana y verde
crecida en las orillas de un río.
Es un viento que se reúne en estas hojas,
en el azufre de estas hojas,
como si fuese una abeja ciega
posada en mi corazón.
Fuegos nocturnos
Luz de luna cernida
sobre la sagrada virtud de lo irrepetible,
¿cómo creaste al pájaro y su alpiste,
mientras tu limpia voz recorría
las ondas que en el cielo
dejaba la remadura de los peces?
Aquellos laberintos del agua
forman un horizonte sin medida,
una cicatriz de lo infinito
que se abre en la luz como la sombra
de los que aun estamos vivos.
Nadie sabrá la voluntad perseguida
por los caminos de esta noche.
Tránsito que nadie sabrá
bajo esta luz lunar
que revela a cada ser
medido por su tiniebla:
esa esfera hundida en el cielo nocturno
gira la cabeza en un círculo perfecto.
Se escuchan venir, volver,
los pasos del amor enloquecido.
Cuánto amor ha crecido
dentro de este vaso
lleno de flores secas,
consumidas en aceites humanos.
Cuánto amor se aparece
desde los pliegues,
desde los rincones apartados de la vista,
apuntando con su esquina
el filo de las cosas:
hojas de muerte, cristales,
violentas gotas de carne
que se quedan en mí dormidas.
Luz de esta noche,
¿cómo has creado
ese amor, esas aguas
que manan en lo oscuro?
No hay destino
para lo que veo,
solo amor que perdura
en el retorno de estos caminos.
Nadie sabrá la voluntad perseguida
por los caminos de esta noche.
Tepoztlán
Todas las noches del mundo
suben su agua oscura
por los ojos de estos árboles.
Y se sientan a mirar
los espejos de los tejados,
las hormigas muertas que dejó el día,
los hocicos mojados de los perros
que beben su último charco
y se despiden de unas manos frías.
Mudo mundo entrando en la flor
como una abeja sin zumbido.
En todas las noches del mundo
la vida sube tan alto
que trae gigantes de enormes dedos
que rompen en estrellas
el olvidado rumor del cielo.
Tinieblas blancas ocultan todo,
luminosas como heridas de la mañana.
En todas las noches del mundo,
como en esta noche,
se escucha a la abeja beber dormida la vida,
efímera reina de la memoria.
-De Especies (Granada: Valparaíso, 2022)
José Francisco Robles (Santiago de Chile, 1979). Es escritor y académico de la Universidad de Washington en Seattle, Estados Unidos. Ha escrito ensayos y artículos dedicados a la relación entre ciencia, filosofía y literatura en la temprana modernidad. Sus publicaciones más recientes son su libro Polemics, Literature, and Knowledge in Eighteenth-Century Mexico: A New World for the Republic of Letters (Voltaire Foundation, University of Oxford / Liverpool University Press, 2021) y su traducción ––junto a Elizabeth Hochberg–– de una selección de la poesía de Vicente Huidobro, publicada bajo el título de Poetry is a Celestial Attack /La poesía es un atentado celeste (University of Washington/RIL Editores/Fundación Vicente Huidobro). Actualmente, forma parte del equipo editor de una colección de antologías de poesía iberoamericana que serán publicadas tanto en inglés como en castellano. Su primer libro de poesía, Especies, ha sido recientemente publicado en Granada, España, por Valparaíso (2022). En estos momentos prepara dos nuevos volúmenes de poesía: La isla blanca y Emblems & Paradoxes / Emblemas y paradojas (bilingüe).