La caída y otros textos
SOMBRAS
Nada he podido hacer para evitar la sangre
que llena tus pisadas sobre un campo de Módena
como un volcán herido bajo el cielo.
Ahora estás en Praga
y confías tu suerte al corazón del río.
– Esos troncos que flotan
tienen la mordedura de la brisa,
dices mientras escuchas sus quejidos
que recuerdan a ti
como un lugar cerrado advierte de una araña.
Todo el mundo hace daño alguna vez,
incluso yo,
que creí sostener entre mis manos
el bien y el mal.
Pero hay plagas que mojan los barcos y los árboles
igual que un cazador llena de plomo un rifle.
No entiendes las razones de quien levanta un muro
ni calculas la altura de las torres
para no sospechar su sombra o su caída.
– Quiero volver contigo a esta ciudad,
susurras en Varsovia esperando que nieve.
En un hotel de Amsterdam
pienso que es imposible volver a las ciudades
que son como una espada que atraviesa un deseo.
Puedo verte dormida
mientras los petroleros atraviesan el Bósforo.
En tus sueños,
son inmensas ballenas que convierten el mar
en cascadas de humo.
Sólo yo sé el secreto:
consiste en repetir tus pasos en la nieve
y evitar en la arena mis huellas quebradizas.
Hoy quiero pasear bajo el cielo de Módena
y recoger las uvas que escoltan los insectos
para salvar tu boca de la fruta podrida.
EL BOSQUE
Alguien entra en el bosque mientras grito.
No puedo detenerlo.
Sólo existe mi voz
tan rota y tan cobarde
que cada noche vuelve a repetirse
sin que logre hacer nada.
Hay tanta incertidumbre allí en el bosque,
es tanta su espesura,
que es mejor estar quieto,
aunque la misma angustia suceda cada noche,
aunque el bosque sea yo y alguien huya de mí.
UN LOBO
Dentro de este poema pasa un lobo
que deja sus pisadas en la nieve.
Sigiloso y hambriento,
recorre una ciudad
que miró confiada hacia el futuro.
Hoy han bajado todas las persianas.
Es tarde,
trato de no hacer ruido
y que avancen los versos como pasan los días
para que el lobo escoja
un camino que lleve a otro lugar,
una presa más débil.
Pero en este poema espera un lobo
que ha venido a buscarme.
Aunque intente estar quieto y no hacer ruido
salta por las palabras un recuerdo
que me arranca un aullido y me devora.
MADRUGADA
Cada vez que un cobarde enciende una cerilla
siento la soledad del fugitivo
y puedo ver mi rostro en un espejo.
Entonces me pregunto si esa imagen de mí
proviene de la luz azul del fósforo
o de la oscuridad.
LA ANSIEDAD
Tengo en el corazón un reptil que me araña
tratando de volver a sus piedras azules.
LA CAÍDA
A mi madre
¿Recuerdas cómo mueren los pelícanos?
Bajo el sol de la tarde
que golpea la costa del Pacífico
el agua los engulle como al plomo.
Nada puede salvarlos.
Hay tanta dignidad en el vacío,
tanto amor en sus vuelos,
que en el último instante escogen el silencio.
Sólo queda
el golpe de sus cuerpos contra el agua
como un rumor de viento imperceptible.
Desde esta habitación no puede verse el mar,
no existen altas rocas y no queda horizonte
que no hayan destruido.
No importa,
intuyes un rumor en esta noche negra,
puedes tocar su brazo.
Recordarás entonces, al percibir el frío,
que en otoño ese mar que tanto amas
se vuelve gris y deja
los nombres del pasado escritos en la arena.
Te has sentado a mirarlos.
Frente a ti,
torciendo el horizonte,
un niño se sumerge entre las olas.
El levante, tan cálido y perfecto,
lo traiciona y lo empuja.
Has venido a salvarme.
Tus brazos,
tan frágiles ahora,
cubren el cuerpo de mis nueve años
hasta tocar la orilla.
Es cierto,
desde esta habitación no puede verse el mar
pero tiemblan mis manos igual que aquella tarde.
Ahora cojo las tuyas,
siente cómo te amo,
cómo salvas mi miedo con tus gestos,
cómo tienes la vida sujeta entre los dedos.
Deja a un lado la carne,
has golpeado tanto tu rostro contra el agua
que la luz se ha quebrado.
No hay estrellas debajo del océano.
Abre los ojos,
es tan ciega la muerte que el temor te confunde.
Abre los ojos,
búscame ahora en medio de este océano,
voy a agarrarte fuerte con mis brazos,
siente cómo te aprieto,
busquemos nuestra orilla,
el mar no ha dibujado nuestros nombres,
es hoy, no somos el pasado,
es salado el sudor,
es la espuma del mar contra las rocas
este miedo en tus labios.
Nos espera la vida.
(De Los ojos del pelícano, 2010)
Fernando Valverde (Granada, España, 1980). Es una de las voces más premiadas y reconocidas de la joven poesía en español.
Con veinte años apareció su libro Viento favorable, que obtuvo un accésit en el Premio Hispanoamericano de Poesía «Juan Ramón Jiménez». Madrugadas (Editorial Cuadernos del Vigía) y Razones para huir de una ciudad con frío (Visor Libros) fueron sus siguientes publicaciones.
Por una colección de poemas de viajes titulada La soledad del extranjero (Universidad de Granada) recibió en 2005 el premio «Federico García Lorca» para estudiantes universitarios españoles. Los ojos del pelícano ha obtenido el prestigioso premio «Emilio Alarcos» del Principado de Asturias. Con la publicación de este libro, su autor se convirtió en el primer poeta menor de treinta años con dos obras en la editorial Visor.
Colaborador habitual de importantes revistas y periodista cultural del diario El País, sus poemas han sido editados en Italia, Costa Rica, México, Colombia, El Salvador, Nicaragua, Chile, Perú y Argentina, entre otros, y traducidos a diferentes idiomas.
Doctor en Filología Hispánica y licenciado en Filología Románica, actualmente se desempeña como profesor en la universidad de Virginia y dirige el Festival Internacional de Poesía de Granada.
En 2021 la reconocida editorial estadounidense Copper Canyon Press publica en versión bilingüe y con la traducción de Carolyn Forché su libro América.
-Fotografía del autor © Joaquín Puga.