Luis Benítez

El décimo círculo y otros textos

 

El décimo círculo y otros textos

 

 

 

 

El amor de la albahaca

 

No es la anónima, la de las grandes plantaciones industriales,

Destinada al secado por toneladas,

La que aflora etiquetada en todos los supermercados de este mundo.

Tampoco la singular, la  noble albahaca que ciñó Virgilio

Entre sus labios y enjugó la mano de Horacio entre los álamos.

Es la rastrera, común albahaca salvaje de los  campos,

La única y la sola que nos mira siempre verde entre las ruinas,

La que saluda desde hace millones de años

Entre las piedras. Allí, donde seguramente no es querida,

Asoma sus muñones empecinada, con la sola ayuda

De unas gotas de lluvia casual, de a cada tanto:

Un gramo de tierra le basta a la paciencia de la albahaca,

Para amar el rincón entre ladrillos rotos que, parece,

Quieren expulsarla para  siempre de su seno.

Persevera sola en su manchón de verde

Entre lo estéril, lo que le niega el sustento

Es aquello que más ama: más quiere agotarla,

Más se empecina; más quiere secarla, más florece.

La indiferencia la abona y riega sus hojas

El desdén. A desplantes crece la pasión

De la sufrida albahaca. Y cuando aquello parece

(Una vez cada año sucede que se ausenta)

Alcanzan cuatro lágrimas celestes

Para que resurja de la nada como antes,

Otro milagro del amor, que no conoce

La muerte, ni el olvido ni el engaño:

Raíz que persiste honda entre cenizas y polvo,

Milagro que florece a solas, prodigio

Sin correspondencia alguna, la albahaca

Es el amor que no se calla ni seca,

Por propia voluntad ni por ajena.

 

 

 

 

El décimo círculo

 

Soy dante alighieri

Nunca creí una sola palabra de todas las que escribí

Y crucifiqué por escrito el alma de todos los que me precedieron

Fui mejor que la traición porque entendí que la traición

Es lo único parecido al corazón humano

Y que decirlo rectamente era condenarme a la hoguera y al olvido

Vivo en todas las tonterías que se dijeron de mí

Y ése es el mejor tributo que pudieron y pueden darme

Beatriz era una gorda despreciable

El papa al que defendí un adúltero un criminal y un réprobo

No menos atroz que los nobles que en un bosque de siena

Mandaron tres sicarios a cortarme los dedos

Y entendí siempre cada maquinación como el normal movimiento

De la misma máquina que guiaba mis pasos

Ni bueno ni malo es cada asunto

Pero oh qué difícil es explicarlo

Este será un enredo eterno

Soy dante alighieri

Nunca creí en dios

 

 

 

 

El róbalo

 

En el plato que parece pequeño bajo su forma poderosa

El róbalo de ancha escama y enorme boca armada

Todavía muerde el aire que huyó de su último intento

Aunque vencida por las redes de la compañía pesquera

Y traída a la fuerza a este mundo que pensamos

Es más seguro y auténtico que el suyo

La bestia marina sigue acechando al pulpo ocho veces  inquieto

En su bosque de corales y sus fuertes músculos

Quieren llevárselo de un rotundo coletazo

Hacia lo negro y profundo de las cordilleras sumergidas

Hacia las islas precipitadas desde la superficie

Hacia las muchas atlántidas que son jardines de algas

Batidos por las corrientes y el paso interminable

De las ballenas que van por el amor hacia lo oscuro

Como un paisaje en lento movimiento

El róbalo en su furia congelada a medias todavía envuelto

En el papel de diario con que lo abrigó el marchante

El róbalo que ayer a mediodía diezmaba a dentelladas

Inmensas columnas de sardinas que se fundían en una

O se dispersaban por el golfo sosteniéndolo

(Parecía) como a un palacio sumergido

La fiera insaciable como un lingote de plata asesinado

Que ya no surfeará las olas con desprecio

Orgullosa del poder de su ancha espalda

Entre las frutas y las botellas de cerveza

Humillada por el hombre que cierra su heladera

Y piensa en otra cosa y rasca su cabeza

Y que es para su dios que brama en las campanas

Lo que el róbalo en el plato.

 

 

 

 

Revelaciones

 

Alexander Graham Bell arrojó al futuro

Esta pequeña cosa que llevo en el bolsillo,

Que me espera paciente en un rincón de la casa,

Que me acecha silenciosa todavía en la oficina:

Ha colonizado el mundo con voces que no son suyas

Y nos obliga ruidosamente a contestarlas.

Contengan la noticia horrenda o la venganza que nos dibuja

Un rictus que no reconoceremos nunca ante los otros;

Sean el aguijón de nuevas urgencias o breves palabras

Que serenan y apaciguan, él las trasmite igual

Que a la cobarde amenaza que no tiene un rostro,

Los saludos inútiles en cada aniversario o el estúpido

Intento de vendernos interminablemente algo.

Indiferente a lo que dice su micrófono,

Lo lleva a miles de kilómetros para que inevitablemente lo reciba alguien,

Como un bombardero atento sólo a la puntual

Entrega de su carga que cambia las cosas para siempre.

Quizá su placer desde hace un siglo sea engañarnos

Creyéndole que hablamos con los vivos,

Cuando al teléfono exclusivamente lo hacemos con fantasmas.

 

 

 

 

Drácula

 

En mi infancia fue Christopher Lee

Y en la de otros Bela Lugosi, un vampiro morfinómano

Que murió pobre, viejo y olvidado,

La suerte que no conoció esa sombra invariable

Que nos sigue mirando desde el hueco de las escaleras

O la habitación terrible al fondo de la casa.

Debe recordarnos que detrás de los que se reflejan

Cada día en los espejos, siempre hay un niño

Que viene tanteando las tinieblas

De un eterno corredor, uno que -él lo sabe-

Termina en la sala de un castillo.

Tiene que ser el otro lado de los mediodías

Para que el mediodía sea la tranquilizadora luz,

Las nítidas certezas, cada jornada una avenida iluminada

Para que veamos venir  la muerte si se asoma.

Son suyos los gritos de la calle que no reclama nadie,

Los escalofríos que no tienen un porqué que no avergüence,

Los pasos nocturnos que se oyen cerca y lejos,

Un horrible doble tiempo que marea y que nos toma.

Y en el centro de esa red infinita que le han tejido el tiempo

Y nuestros miedos, -seguro solamente de sí mismo y del infierno-

Sonríe y entre dientes murmura nuestro nombre,

Aquel que es sólo uno y el que llevamos todos:

Vlad Draculea, el príncipe que somos de Valaquia.

 

 

 

 

Los bambúes

 

Un domingo vacío tú y yo compramos

Los tiestos de bambú: tres flacas cañas

Clavadas como lanzas en una tierra

Nuestra y negra y para ellas extranjera.

 

Las largas exiliadas seguían en nuestro balcón

Curvándose acompasadamente bajo el viento de la India:

Hubo un simún, una madrugada quieta en Buenos Aires,

Y sólo nuestras cañas comprendieron qué pasaba

Derrumbando chozas y espantando a los  engrillados elefantes.

 

Lejanamente, un arrugado rinoceronte

Bramó en la noche y huyeron por nuestra calle

Aterrorizadas las gacelas.

 

Al día siguiente, mientras regaba los bambúes

Y acariciaba inclinado sobre ellos

La tierra fofa del trasplante,

Entreví unos ojos amarillos, un cuerpo potente

Detrás de esas flacas cañas y luego el clamor

Desatado por el semáforo de la avenida

Espantó enseguida la pesada presencia:

Vi alejarse bufando y volviendo hacia mí la resentida cabeza

Lo imperial escondido entre las cañas: todo eso y el tigre.

 

 

 

 

Anoche alguien derribó un árbol que cumplía tres mil años

 

Anoche alguien derribó un árbol

Que cumplía 3.000 años

Erguido sobre el campo.

En la noche sus astillas ardieron

Calentando a los hombres ateridos

Y en la niebla el resplandor

Indicaba el sitio de su muerte,

El mismo de su larga vida,

El mismo de su corta hoguera.

 

Ayer su sombra

Se alargaba hasta la casa distante,

Cruzaba el arroyo

Que cuando él brotó

No estaba.

Hoy un pozo

Con colgajos de raíces,

Con fragmentos de ramas y cortezas

Indica dónde floreció

A través de los siglos

Su savia poderosa.

 

En su  copa anidaron

Animales que ya no existen,

Y bajo sus ramas

Estallaron infinitas tormentas.

Sus altos brazos

Surgían de entre las nubes bajas.

Entre sus raíces

Primitivos hombres

Se escondieron de las fieras,

Y luego se ocultaron tesoros,

Cartas de amor,

Objetos robados,

Y alguien talló

Con cortaplumas

Palabras que no se leen.

 

Anoche alguien derribó un árbol

Que cumplía 3.000 años

Erguido sobre el mundo.

 

 

 

 

 

Luis Benítez (Buenos Aires, Argentina, 1956). Poeta, narrador, ensayista y crítico literario. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Asociación de Poetas Argentinos (APOA), de Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina (SEA) y del PEN Club Argentino. Ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales por su obra literaria, entre ellos el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); la Mención de Honor del Concurso Municipal de Literatura (Poesía, Buenos Aires, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); el Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); el Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); el Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); el Tercer Premio Eduardo Mallea de Narrativa (Buenos Aires, período 1995-1997); el Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); el Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Primer Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Sus 36 libros de poesía, ensayo y narrativa han sido publicados en Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Italia, México, Rumania, Suecia, Venezuela y Uruguay.

 

Written by Mario Meléndez

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