Claudia Masin

El talismán y otros textos

 

El talismán y otros textos

 

 

 

 

GRAFITO

 

Una noche de luna llena, en la hamaca del jardín,

están sentadas. La madre canta una canción

que repite y repite, podría decirse hasta el cansancio,

sólo que la hija no se cansa: se encanta, se duerme.

Desde esa noche, para la hija, escribir

será escribir la pérdida de ese momento.

La escritura de la canción de la madre demora

el final de la canción misma. Las palabras

existirán para crear esa demora, un instante

suspendido entre la voz y el silencio. Y por eso,

la hija las escribirá con esa facilidad dichosa

con que sólo pueden hacerse

ciertas cosas imposibles.

 

 

 

 

POLIGRAFÍA

 

Escribías con una piedrita en la tierra tu nombre, palabras

al azar: arena, río, spider man. Como si creyeras que una historia

se escribe por la suma, la discreta acumulación de partículas.

O como si dibujar una casa bastara para poder habitarla. Pero

¿quién vive una vida real en una casa dibujada?

 

Hay un ligero, sutil desasosiego en las largas horas

de la siesta, que hace que todos prefieran dormir. Aún así,

resistías despierta. Es extraño pensar en una vigilia en pleno día,

cuando nada escapa a la visión y cada sonido resuena

amplificado en el silencio.

 

Los climas violentos crean una sensación de inminencia,

la ilusión de que nada va a quedar igual después del vendaval

o del calor intenso: una fiesta que se celebra

por un acontecimiento imaginario. Y es la imaginación,

y no los hechos, quien te deja asombrada una y otra vez

frente a cosas idénticas.

 

En esa hora en que son intensas niñez y desdicha,

como agujas en preciosa sincronía, ¿cuál

sería el objeto de tu espera? ¿Un naufragio, un estallido,

acaso el descubrimiento de la tristeza,

esa grieta que modifica tu mundo para siempre?

No es otra cosa que ese momento

lo que dirían las palabras, si alguna palabra

dijera alguna vez algo cierto.

 

(De Geología, 2001)

 

 

 

 

PARÍS, TEXAS  

 

Me gustaría contarte lo que veo,

hablarte de los hoteles abandonados

apareciendo de la nada en el medio de la carretera,

como castillos solitarios cuyos puentes levadizos

fueron dinamitados hace tiempo. Me gustaría

contarte lo que veo pero es imposible

hallar un dolor que condescienda

a ser narrado. ¿Vale la pena entonces,

emprender tan largo viaje para ir de un extremo

a otro del silencio? También es imposible

callar por completo: sé que terminaré por llamarte,

como se llama a alguien cuando se está a oscuras,

sin el auxilio de la voz, un estremecimiento

semejante al de esas luciérnagas

que al chocar contra un parabrisas en la ruta

se deshacen esparciendo una nube pequeña

de polvo y luz, y ésa -quizás- es su idea

de un encuentro.

 

(De La vista, 2002)

 

 

 

 

LA HELADA

 

Quien fue dañado lleva consigo ese daño,

como si su tarea fuera propagarlo, hacerlo impactar

sobre aquel que se acerque demasiado. Somos

inocentes ante esto, como es inocente una helada

cuando devasta la cosecha: estaba en ella su frío,

su necesidad de caer, había esperado

-formándose lentamente en el cielo,

en el centro de un silencio que no podemos concebir-

su tiempo de brillar, de desplegarse. ¿Cómo soportarías

vivir con semejante peso sin ansiar la descarga,

aunque en ese rapto destroces la tierra,

las casas, las vidas que se sostienen, apacibles,

en el trabajo de mantener el mundo a salvo,

durante largas estaciones en las que el tiempo se divide

entre los meses de siembra y los de zafra? Pido por esa fuerza

que resiste la catástrofe y rehace lo que fue lastimado todas las veces

que sea necesario, y también por el daño que no puede evitarse,

porque lo que nos damos los unos a los otros,

aún el terror o la tristeza,

viene del mismo deseo: curar y ser curados.

 

 

 

 

EL TALISMÁN

 

Los ojos de los que estamos continuamente al borde de la caída

o del tropiezo, no saben despegarse de la tierra. De qué sirve

una belleza material que no pueda tomarse entre las manos

como una piedra y ser llevada siempre encima del cuerpo

igual que esos objetos insignificantes

que un niño acarrea consigo donde vaya, y que lo hunden

en el terror o el desconcierto si se pierden.

No hay belleza para mí en las cosas

que no pueden volverse talismán contra las fuerzas

del desamparo o de la pena, y ninguna palabra podría hacer eso,

sólo la presencia física de lo que fue elegido por un amor oscuro,

cuyas leyes desconocemos, para preservar nuestra vida intacta

entre todos los peligros y accidentes que la acechan, a pesar

de que es ella, esa presencia amada, el peligro mayor,

porque no puede protegernos de su pérdida.

 

(De La plenitud, 2010)

 

 

 

 

Claudia Masin. (Resistencia, Chaco, Argentina, 1972). Es escritora y psicoanalista. Vive desde 1990 en Buenos Aires pero viaja periódicamente a Resistencia. Coordina talleres de escritura y es docente de la carrera de Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes de Buenos Aires.
Publicó nueve libros de poesía y dos antologías de su obra: Bizarría, Geología, La vista (Premio Casa de América 2002) Abrigo (Mención Fondo Nacional de las  Artes 2007), La plenitud, El verano, La cura, La siesta y Lo intacto (Premio Fondo Nacional de las Artes 2017),  las antologías: El secreto (antología 1997-2007) y La materia sensible, y el volumen La desobediencia, Poesía Reunida 1997-2017
Se encuentran en preparación la edición mexicana y española de la antología La materia sensible, la edición española y chilena de Lo intacto, la traducción al portugués de La plenitud y la traducción al inglés de Lo intacto.
Textos poéticos y ensayísticos de su autoría han sido editados en múltiples antologías en Latinoamérica y Europa.
Fue codirectora de los sellos editoriales “Abeja Reina” y “Curandera”, dedicados a la poesía.

Written by Mario Meléndez

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