El agua y los sueños
EL AGUA Y LOS SUEÑOS
«… Luego todas esas aguas calmas son de leche
y todo lo que se derrama en las blandas soledades de la mañana.»
Saint-John Perse
Siempre quiso ser un pez.
Caían rayos y nadaba sin parar, se negaba al cansancio,
buscaba el rostro de mi abuela en las aguas del río que le vio nacer,
nadaba por horas y extrañas aletas se le emparejaban,
lo miraban como si fuera un pez
y mi padre dormía bajo el río, pero despertaba antes de ahogarse,
soñaba que un inmenso cuerpo de agua lo tomaba por el cuello,
lo sacudía una y otra vez,
entonces despertaba y seguía nadando contra la corriente,
siempre contra el río a quien nunca pudo vencer.
Mi padre, solo por el mundo de las idolatrías,
esperaba la vuelta de mi abuelo que se embarcaba en el Carmen
y se dormía al esperar,
soñaba que un inmenso cuerpo de agua,
que lo sacudía por el cuello,
lo injuriaba.
Y mi padre se despertaba entonces,
subía al mástil de los barcos,
se lanzaba al río
queriendo ser un pez que sabía volar,
nadaba por horas contra la corriente
hasta el cansancio, hasta el sueño
donde un inmenso cuerpo de agua lo sacudía por el cuello
y le cantaba las canciones que mi abuela no pudo.
Mi padre pasaba horas enteras sentado en las bancas del parque
creyendo que Dios era una mierda,
se quedaba dormido y sudaba las aguas del aire,
soñaba que un inmenso cuerpo de agua lo abrazaba de pronto
con cariño maternal,
y se reconocía en el sueño, sin querer despertarse
recordaba los bailes alrededor de mi abuela
y nadando de frío por las calles silenciosas de la ciudad,
se emparejaba a furibundas aletas describiendo diminutas eses en el agua.
Mi padre encontró la felicidad en el nado,
en la imagen femenina del agua, diría por esos mismos años Gaston Bachelard,
quien trabajaba en lo mismo,
quien soñaba con inmensos cuerpos de agua que lo tomaban
por el cuello queriéndolo injuriar,
y muy temprano con el canto de las aves, mi padre y Gaston
salían a las rutas que el servicio postal les asignaba,
repartían las cartas mientras ambos pensaban en el agua,
en los sueños femeninos, en la imagen ausente de la madre
y nadaban,
uno por el agua de los sueños,
mi padre contra el agua lunar.
DISTANCIA
Fuimos bajando hasta el fondo
por las calles del puerto. La noche
remaba en el abismo de los ojos.
Jorge Fernández Granados
Habíamos encontrado muchas luces en la selva,
pero perdimos el camino de regreso a casa.
Oscuridad por todas partes, sólo luces ululantes, voladoras,
algunas encerradas en nuestros frascos de mayonesa.
La noche se fue cerrando sobre nosotros
ocultándonos unos de otros. Las luces atrapadas languidecieron,
avanzada la noche nuestra casa estaba más lejos cada vez que respirábamos.
Parados en medio de la selva oscura, dijera el florentino,
esperábamos el amanecer que estaba a diez horas de distancia,
y la selva rugía mientras tanto,
y quebradizos aleteos de lechuzas coronaban nuestro miedo.
—No se alejen demasiado, advirtió mi padre,
pero seguimos nuestra vocación de nunca hacerle caso.
No había camino de vuelta, estábamos ahí para noche,
sus negras raíces fecundaban la tierra.
¿Cómo pudo la luz emboscarnos en la nada?
Habíamos encontrado muchas luces en la selva,
pero perdimos el camino de regreso a casa.
(De Los días y sus designios, 2007)
I
El mar desgasta a quien lo mira, lo devora,
lo lleva al abismo donde no brilla la luz ni el tiempo pasa,
donde la muerte no contrasta con la vida
y el silencio reina sobre la oscuridad.
El mar roto, exiliado para siempre de la tierra,
enfurecido se derrama hacia sí mismo,
siempre repetido mar y su engañosa transparencia.
El mar caído de la lluvia,
el mar asesino,
solitario humedeciendo sus propios atributos,
ocultando quién sabe cuánta tristeza.
El mar es una tumba.
En el fondo del mar todos los muertos.
El mar es la tumba de Dios sin epitafio.
STYX
Largo, lo que se dice hondo,
es el cauce de los ríos que no llegan al mar
y llevan en sus aguas a todos nuestros muertos.
Hondo, lo que se dice largo,
es el río que no abandona su cuenca.
Largo y hondo, lo que se dice ancho,
es el río que lleva a la amargura,
invisible por debajo de las calles
en el dolor de la madre que ha perdido a su hijo,
en el dolor del hijo que nunca conocerá a su madre.
Largo, hondo, lo que se dice invisible,
recorriendo el tiempo de la vida cotidiana,
la luz de los semáforos,
y en las llantas desgastadas de la ira,
río, invisible río,
que de tan hondo, que de tan largo
parece no llegar y llega.
Largo, lo que se dice hondo,
hondo, lo que se dice turbio,
amargo es el río que será necesario cruzar cuando anochezca.
(De Cantalao, 2007)
Álvaro Solís (México, 1974). Fue becario de la primera generación de la Fundación para las letras mexicanas y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Autor de Cantalao (Premio Clemencia Isaura de poesía), Los días y sus designios (Premio nacional de poesía joven Gutiérre de Cetina), Ríos de la noche oscura (Premio Nacional de poesía Amado Nervo), Estos días sin mañana, entre otros poemarios. Es profesor titular de la materia de Poesía Iberoamericana en la Universidad Iberoamericana, campus Puebla, ciudad donde actualmente reside. En el 2013 obtiene en España el Premio Alhambra de Poesía Americana. Forma parte del consejo editorial de www.circulodepoesia.com